La familia se forma por un sentimiento


La familia

Siempre creí que la familia era mi padre, mi madre, mis hermanos, tías, tíos, primos o sobrinos, abuelos, … así, con esa idea me quedé. Me enseñaron desde muy pequeño a saber sus nombres y qué representan en la familia. Aprendí a decirles tío, hermano, tía, primo; casi nunca los nombré por sus nombres, porque así era como debía decirles a esas personas, así se siente que ellos son más cercanos, además yo sentía que me dirigía a ellos con más respeto y cariño. Siempre que yo decía: papá, mamá, hermano, tío, mi corazón se prendía como una chispa, se sentía como el florecer de una flor en una mañana al mirar salir al sol y luego abre su corola, y sonríe. Así mi corazón florece. Siempre tenía ganas de abrazarlos, pero abrazarlos no era lo que yo veía en mi familia, ellos no se abrazaban; entonces yo seguía esas mismas reglas, reglas que no sabía cómo se me las dictaron o me obligaron a seguirlas, pero yo las seguía, las respetaba, pero me sentía bien, aunque no hubiesen esos abrazos, es lindo sentir ese sentimiento que prende y el abrazo a distancia también se siente.

No importa si estaba cerca o no tan cerca de ellos, pero cada vez que los veía sentía esa sensación de felicidad que recorre mi cuerpo como una energía de electricidad y me sacude hasta el alma; pero empecé a alejarme más y más de la familia, de esa familia que aprendí que lo son. Un poco más distante me sentí sólo, me sentí como una planta única en el desierto, podía ver tal vez arena o animales que salían en las noches, pero me seguía sintiendo solo, podía ver mi sombra en el día y bajo esa sombra veía algún reptil acercarse, pero aunque no me hacía nada malo no lo sentía cercano, así era mi vida lejos, lejos de la familia, días o noches, o en la tarde o en la mañana me invadía un sentimiento, un sentimiento que hacía marchitar mi corazón, aprisionaba mi pecho y un  nudo en la garganta me ahogaba, no escuchaba palabras, no veía colores, la gente siempre me parecía indiferente; mi familia es palabra que revoloteaba, gritaba, se revolcaba en mi corazón, y mi mente me llevaba hasta ahí, ahí con  mi familia, con  mi madre, padre y hermanos, un suspiro se dejaba escuchar.

Cada vez se acercaban más personas a mí, finalmente comencé a sentir su afecto, su compañerismo, hasta su compasión, entonces me dejé llevar un poco más por esos sentimientos que empezaban a brotar en mi ser, me sentía como una hoja en el río, pero ahora viajaba, ya no daba vueltas en medio de sus aguas, ahora podía mirar el cielo, mi entorno comenzando a tomar colores, aprendía a caminar levantando la mirada, me veían sonreír; yo ya veía a las personas, esas personas con cierto respeto y a algunos con aprecio, así me dejé llevar, entonces, solo entonces y poco a poco fui construyendo mi familia, mi otra familia, ahora me digo: la familia nunca es solo la familia que uno mira cuando se es pequeño y convive más con ellos y los llamas: tíos, hermanos, mamá, papá,… la familia no se forma solo por descendencia, la familia se construye en cualquier contexto. La familia se une, se construye, se construye con sentimientos más que por descendencia.

Marcelino Hernández B.

3 de diciembre de 2020

Acerca de MARCELINO HERNÁNDEZ B

Originario de Cruzhica, Xochiatipan, Hgo., Trabajé en CONAFE hasta el 2008. Actualmente laboro en la Dirección General de Educación Indígena (DGEI), en la Ciudad de México.
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